Diana Frances Spencer tenía 20 años recién cumplidos cuando saltó a las portadas de todo el mundo. Era la mujer elegida por el heredero de la corona británica para ser su esposa. En julio de 1981 y ante más de 750 millones de telespectadores se casó en la Catedral de San Pablo de Londres con un impresionante vestido de David y Elizabeth Emanuel, de corte romántico en seda color marfil, 25 metros de cola y más de 10.000 perlas y que durante los años 80 sería copiado por novias de todo el mundo hasta la saciedad.
A través de las cámaras de los paparazzis el mundo entero se convirtió en testigo de la evolución personal y estilística de una tímida maestra de guardería hasta su conversión en la Princesa del Pueblo.
Sus primeros años de casada coinciden con un cambio en el status de poder femenino en Gran Bretaña. Desde 1979 era una mujer, Margaret Thatcher, la que estaba al frente del país en el poder político y no solo frente a la monarquía. Y estos cambios, junto a una fuerte expansión económica hizo que ciertas casas de moda londinenses viviesen años de verdadero esplendor gracias en parte al encanto de su mejor embajadora: Lady Di, la Princesa de Gales, que no dudaba en utilizar marcas como Jasper Conran (diseñador que llegaría a convertirse en amigo personal), Arabella Pollen, Bruce Oldfield, Catherine Walker (autora de uno de sus vestidos más conocidos “el Elvis” llamado así por el cuello de la chaqueta torera que lo complementaba) o Rifat Ozbek. Trajes lujosos que sentaron las bases del icono de moda en el que llegaría a convertirse, ya que era a través de la ropa cómo Diana, una mujer profundamente tímida, demostraba la confianza en si misma que tanto le costaba alcanzar, aunque todo esto desagradaba profundamente a su suegra la Reina, y según se rumoreo en la época se agravó en 1991 cuando fue portada de Vogue fotografiada por Patrick Demarchelier, con el que repetiría en 1994 con motivo de su 33 cumpleaños.
Son años en los que destaca su uso del color blanco, de la tendencia de grandes hombreras, de vestidos de noche lujosos con brillos y lentjuelas que contrastan con la sencillez de sus estilismos para el día a día o para actividades deportivas como la nieve o su gusto por los bañadores de una pieza.
Pero en 1994 todo estalla. Y la noche en que en televisión se emite un programa en el que se airea la infidelidad de Carlos de Inglaterra con Camila Parker Bowles, Diana decide ponerse uno de sus antiguos vestidos de Christina Stambolian, corto, negro y con escote palabra de honor para asistir a una gala de una conocida galería de arte. Un vestido que alcanzaría los 74.000 dólares cuando fue subastado y que es conocido cómo el “vestido de la venganza”.
A partir de este momento Diana utilizará la ropa para demostrar al mundo y a ella misma quién es. Son los años en los que los prestigiosos pero casi desconocidos nombres británicos da paso a Versace (que llegó a ofrecerle un millón de libras por protagonizar una de sus campañas publicitarias), de Chanel, de Christian Lacroix, de zapatos de Jimmy Choo, de las fotos de Mario Testino, del icónico vestido lencero azul noche diseñado en exclusiva por Galliano mientras se divorcia, de escotes vertiginosos y faldas cortas dignas de una canción de Sabina, mientras recorre el mundo en diferentes misiones humanitarias apoyando causas como la lucha contra el SIDA o la prohibición de las minas antipersona.
Hasta que en la noche del 31 de agosto de 1997 un accidente de coche en París la convierte en mito. En icono. Jean-Charles de Castelbajac, especialista en utilizar símbolos de la cultura pop en sus diseños usa su rostro junto con la bandera británica para su colección de Otoño/Invierno de 2006/07. La boda de su hijo volvió a poner su figura de moda y proximamente volveremos a hablar mucho de ella cuando se estrene la película basada en sus últimos años protagonizada por Naomi Watts, que aunque todavía no tiene fecha para su estreno ya tiene trailer con el que abrir boca.
Fotos | GTres
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